Sueño: El Comendador
Casi sin aliento llega Nicolás a la solitaria estación de trenes, arrastrando su enorme valija, donde lleva un valioso encargo.
En ese lugar se habían afincado diversas personas provenientes de Sancala.
El señor X, a quién él respetaba muchísimo por su bondad, honestidad y sabiduría, le había encomendado llevar un texto explicativo (ordenanzas, reglamentos, códigos de convivencias...) para cada uno de aquellos lugares, pensados y organizados de acuerdo con las características del lugar y de las personas que los habitaban.
Haciendo gala de la prolijidad que lo caracterizaba, el señor X le había entregado a Nicolás los escritos por separado: cada uno con su nombre y lugar de origen.
Preocupado, Nicolás consulta su reloj. Es justo la hora en la que el tren debe partir. Pero el andén está completamente vacío.
De pronto alguien palmea suavemente su espalda. Al volverse, Nicolás se encuentra frente a un hombrecito que lo mira sonriente y Nicolás con ansiedad, le pregunta:
- Señor, ¿sabe usted a qué hora sale el tren? Tengo real apuro por salir. Debo estar en P.C. y F. mañana mismo.
- Seguramente usted es forastero. Ignora las cosas que pasan en este lugar... Ahora, lo que debe hacer es buscar inmediatamente un refugio.
- Usted no comprendió, yo debo viajar inmediatamente.
El anciano, con calma lo aconseja.
- Ponga a buen resguardo esa valija. Puede ser que en ella tenga algo valioso.
Nicolás, nervioso, insiste.
- Yo debo llegar a P.C. y F. mañana mismo.
El hombre parece no escuchar a Nicolás.
- Este lugar es conocido por los fuertes vientos que provienen del oeste. Cuando éstos se avecinan, se empieza a sentir una brisa penetrante que, poco a poco, termina haciendo temblar hasta el interior de uno mismo. Y cuando finalmente llega, abre puertas, ventanas, mueve muebles, objetos, cambia las cosas de lugar..., en fin, es muy difícil volver a recomponer todo nuevamente. Pero los habitantes de la zona lo aceptan con resignación, aunque al cambiar todo, también cambian sus hábitos, sus costumbres y...
Nicolás lo interrumpe.
- Pero yo tengo que hacerlo, tengo que poder; comprometí mi palabra, mi honor, mi...
De pronto empieza a sentirse una brisa suave. En ese momento Nicolás percibe algo muy extraño. La brisa se convierte en ventarrón, el ventarrón en huracán; es como si se avecinara un tornado; casi no puede mantenerse en pie.
Se aferra a su valija con temor a perderla, casi preferiría salir volando con ella, pero ésta no resiste, de pronto se abre y sus papeles vuelan. Se desespera, va tras ellos y toma los que puede.
El hombrecito lo ayuda y juntos los vuelven a colocar en la valija. La tierra y la arena que vuelan los enceguecen.
Repentinamente retorna la calma. Pero, a pesar de ello, Nicolás sólo piensa en la confusión que hay ahora en su valija. Tendrá que ordenar minuciosamente los papeles. No puede equivocarse al entregar la documentación. Sería terrible intercambiar los papeles de C. a P. o de P. a C. o de F. a C.
Como si descubriera su pensamiento, el hombrecito le pregunta.
- ¿Tomó usted las precauciones para que esto no le suceda?
Ante la pregunta, Nicolás recuerda que él no ha visto ninguno de esos documentos; apenas si sabe que son muy distintos unos de otros y, que no sólo se reglamenta la organización del lugar, sino que además, proponen formas de convivencia.
Nicolás piensa únicamente en el modo de acomodar esas instrucciones, una vez arriba del tren, sin equivocarse; y deberá hacerlo muy rápidamente porque sabe que los tramos entre un lugar y otro son cortos.
En ese momento, se oye un silbido lejano.
- ¡El tren! - grita Nicolás, y sube apresuradamente apenas el convoy se detiene.
El hombrecito, desde el andén, le grita:
- ¡Tiene usted suerte! Mañana llegará a donde deseaba ¿Cómo dijo que se llama esos lugares?
Perturbado, Nicolás responde:
- ¡K.U.y O.!
Ya con el tren en marcha, trata de ordenar sus papeles. Está por llegar al primer destino y sabe que aún no ha logrado el orden correcto, pero seguramente se enterará de cómo han quedado cuando vea actuar a la gente. Lo único que pudo hacer es juntar el material del mismo lugar, pero sin saber como había quedado.